lunes, 7 de septiembre de 2015

PARA DARNOS CUENTA...










Lo tuyo es fantasmal.
Voy por ahí aun con el fantasma de tus recuerdos.
Cariño, pero si lo teníamos todo ¿cierto?
Aún tengo una memoria táctil de tus ojos al anochecer, tus manos tan frías recobrando calor sobre las mías.
Si, aun tengo una memoria táctil y sutil de las palabras que siempre me decías.
Perversamente dichas para nunca poderlas olvidar…
Tú y yo bailamos sin música, únicamente al compás de la luna, la noche y tus ojos.
Y tu aun vas caminando por las calles pensando que ya te olvide, que tú y yo ya no.
Y yo aún voy en la calle divagando un poco, sintiéndome rotamente tuya. Queriendo cruzar la calle y al dar vuelta en la primer esquina toparme con tu piel y decirte todo aquello que mi corazón por miedo se guardó.
Lo tuyo es tan fantasmal que incluso me asusta mirar a nuestros recuerdos. Pues tu recuerdo me asusta, pues ya no tenemos lo que éramos.
Ahora reímos al compás de otras risas, conversamos con otras voces, somos escuchados por otros oídos y muchas otras veces abrazados desde las extremidades de otros brazos.
¿Pero qué paso? ¿Ya no bailaremos una vez más? ¿Ya  no trepare lo ancho y largo de tus zapatos como una niña con su papá balanceándome de un lado a otro intentando olvidar un poco todo?
Ya no sé si es valentía o cobardía.
Nuestro amor nació para estar en las pantallas grandes de cine. Para ser recordado, para darle replay, porque había muchas cosas que valían la pena volverlas a repetir.
Donde antes había puentes hechos para abrazarnos una vez más, hoy solo existen barreras para no vernos más.
El mundo estaba hecho a nuestra medida. Cada calle, cada puente, cada parque, cada desnivel, cada semáforo. El mundo estaba hecho a nuestra medida.
Se había hecho específicamente para ir tomados de la mano, teniendo una buena o mala conversación.
Sobre todo, sobre nada, quizás sobre el perro que solitario jugaba con una botella en la calle.
¿Y nosotros? ¿Estábamos a la medida?
Cuantas veces nos perdimos en la sonrisa del otro y como olvidar esas otras veces en las que perdíamos la sonrisa si no, nos veíamos.
Cuantas veces dormíamos para seguir estando juntos en nuestros sueños y como olvidar cuantas veces despertamos ya con un mensaje del otro.
Cuantas enfermedades no pasamos juntos, sí. Como olvidar cada té para tranquilizar la gripa del frágil cuerpo del amado, cuantas comidas preparadas para subir las defensas y cuantos piojitos murieron en nuestras manos al tocar tiernamente el cabello del otro.
A veces desgastamos un poco la frase: Te amo. Pero que va, fue música celestial para nuestros oídos.
Cuantas veces fuimos cómplices de piel y cuantas veces fuimos cómplices de nuestro palpitante corazón.
Ahora la realidad está algo torcida.
El sol se pregunta dónde quedaron esos dos locos rondando por las calles, la luna se cuestiona dónde están esos dementes mirándose a los ojos y el aire por supuesto extraña nuestra esencia.
Y yo me pregunto.
¿En dónde quedamos nosotros?
¿En el amor, en el recuerdo, en el ego o en la agonía?
Y ahora que sigue.
Fingir que ya no estamos caminado por las calles donde claramente ya estuvimos de la mano.
Fingir que en cada una de las casas del otro, razonan el eco de las risas de bromas absurdas.
Fingir que no recordamos los pequeños detalles que hacían la diferencia de entre la demás gente.
Esto es un cuchillo que apuñala el alma de apoco. Cada rincón me recuerda que hubo un nosotros.
Y se vuelve más complicado cuando se cruza la calle donde me robaste aquel beso y fingir que nada paso, seguir caminando como si el recuerdo no te señalara un tanto burlesco.
O aquella calle donde corriste la primera vez que arrancaste una flor para mí.
Es verdad que la vida sigue su curso. Pero para alguien que amo tanto, la vida se detiene en cada rincón donde hubo un nosotros.
Y no por masoquismo, sino, porque el recuerdo pesa hasta las trancas.
No diré que asimilo que lo teníamos todo.
Asimilo que quizás ya nunca lo volveremos a tener.
Que quizás tú sigues bailando conmigo en tus zapatos en tus sueños y yo sigo estando sobre tus zapatos en los míos. Y en realidad seguimos bailando juntos, pero somos demasiado ciegos para darnos cuenta…