lunes, 1 de junio de 2015

Voz.





A veces, solo a veces, las personas ingenuamente no se dan cuenta el porqué de tantas cosas.
Y no es ingenuidad, lo sabes.
Pero te gusta sentir que no lo sabes.
Entonces te bloqueas a ti mismo y te dices que todo está bien, que todo pasa por algo y no es como que no haya algo de sentido en esta monótona frase. Es sólo que cuando la dices, solo para bloquear aquello que no quieres ver, simplemente no tiene sentido.
La frase solo toma sentido cuando vas entendiendo el porqué.
Difícilmente alguien puede verlo.
Entonces llega esa voz gritándote lo importante que eres.
Te cuesta creerlo porque has pasado una vida contigo mismo, repitiéndote que hay cosas más importantes que tú mismo.
Pero esa voz permanece constante.
Poco a poco se adentra en tus oídos, suave y no ensordecedor.
Importante tú, asombroso tú, maravilloso tú, potencial en ti.
Y te empieza hablar de ti, como tú no lo sabes hacer.
Cree en ti, como yo lo hago. Y tú no dejas de no creer.
Estabas tan ahogada  en la porquería de cosas que habitaban y probablemente en resacas habite en tu cabeza, que no puedes ver que realmente sí. Hay cosas asombrosas en ti que tus ojos ingenuos no pueden ver.
De nuevo esa voz, acercándose, acompañándote y algunas veces gritándote que no estás solo.
“Yo aquí contigo”
Y tu no lo crees, pues te han fallado en repetidas ocasiones.
Voces, dragones, mostros.
Llámalos como quieras, te han fallado y te has fallado tú.
Poco a poco, extrañamente, te acoplas a esa voz y empiezas a entablar una conversación más a fondo.
Una conversación real, como pocos y como muchas que sabes tendrán.
Entiendes que aunque hay muchas voces, pocas llegaran hacer que abras tu alma mental y que como pocas veces, puedes confiar y sentirte cómodo.
Sigues desconfiando de muchas cosas de ti mismo que luchas porque te gusten, aunque sea un poco. A veces suplicando que por lo menos, ciertas cosas de ti, te den gracia.
Pero no, aun te cuesta trabajo y es ahí cuando la voz llega nuevamente a ti.
Cálida para ti.
No es que dice, si no como lo dice. No es que dice, si no quien lo dice. No es la palabra, es la forma.
Te das cuenta que poco a poco, empiezas a salir de tu propio pozo. Quizás no tan hondo, quizás sí. Pero es tu pozo y vaya que cuesta trabajo salir.
Pero te das cuenta, que haya no tan alto una mano se acerca a la huesuda muñeca tuya y te alza, te asusta un poco y retrocedes, pero esa mano lo único que intenta es salvarte de ti mismo.
Y lo entiendes. Entonces aflojas y dejas que te alce.
El sol arde en tus ojos, pero no importa aquella sombra aparece frente tuyo y sabes que todo estará bien.
Aprendes a querer a la voz y sabes que la quieres a tal punto que te cuesta desprenderte de aquella voz.
Puedes incluso hablar y no parar de hacerlo pues esa voz te dice que eres graciosa, aun en tus momentos más tomentosos.
Con pasos lentos te miras al espejo y notas algo distinto.
Tu cara ya no esta tan enterrada, tan llena de polvo y cenizas.
Y te da por reírte.
Se lo confiesas.
Gracias, me has estado ayudado.
Y aquella voz nunca lo entenderá, porque incluso tú mismo no te entiendes.
Y le pides que no lo haga, solo que este.
Sabes que si algo le pasara aquella voz te sentirías algo perdida, pues dentro de cierto tiempo aquella voz te ayudado en cosas que ni tu terminas de entender.
No te cansarías de escuchar hablar de sus historias, pues ninguna se repite y cada una te deja un aprendizaje.
Entonces te vuelves egoísta, pues esa voz es importante para ti.
Sabes que no importa si tu risa sonara sonora, desentonada o ridícula. Esa voz reirá contigo.
Sabes que no importa si lloras o gritas, esa voz ara que vulvas en razón.
Sabes que tú no vez ciertas cosas, pero esa voz te enseña a psicoanalizar la situación.
Todo está bien, pues esa voz no es tuya, pero que bien se siente saber que hay una voz cerca de ti, que te gritara sin perder aliento alguno, que a pesar de la tempestad.
Todo, absolutamente todo, estará bien.
Llámalo voz, llámalo ángel, llámalo amigo.
Llámalo como tú quieras.
Incluso tercer ojo. Pues ese ojo te ayuda  a ver que no todo es como lo pintan.
Quizás sí.
Quizás sea ese símbolo enigmático, el “Triangulo” aquel que te ayuda a ver cosas que, quizás tu no vez.
Y eso está bien.
Llámalo voz, ángel o amigo.
Pero siempre siéntete orgulloso de tener a eso que te pone los pies sobre la tierra.

Y no olvides decir.
Citándolo claro.
Te quiero.